lunes, 7 de abril de 2014

La Liebre por Felix Rodriguez De La Fuente 3ª Parte

Come sus propios excrementos.

Pero la más importante peculiaridad de los hábitos alimenticios de la liebre es la denominada coprofagia, que se presenta también en los demás lepóridos. La coprofagia consiste esencialmente en que los alimentos pasan dos veces a través del tubo digestivo.
Mientras reposa, la liebre produce unos excrementos redondeados, blandos, húmedos y envueltos en mucus. Estas deyecciones son diferentes a las expulsadas por la noche, durante el periodo de actividad, que son las que se encuentran normalmente en el campo en forma de cagarrutas secas.
La liebre toma las bolas fecales blandas con sus labios a la salida del ano y las traga sin masticarlas. Estos excrementos especiales presentan aproximadamente la mitad del contenido estomacal en el momento en que la liebre comienza su actividad nocturna y contienen, además, el doble de proteínas y el triple de bacterias que los excrementos normales. Con este fenómeno, el 80% del alimento vuelve a atravesar el tubo digestivo.

La coprofagia de las liebres parece determinada por la necesidad de recobrar las vitaminas del grupo B elaboradas por las bacterias del colon o bien por la necesidad de utilizar, en el intestino delgado, los metabolitos procedentes de la degradación de la celulosa. Estas bacterias, que no faltan en el tubo digestivo de ningún herbívoro, juegan un papel del primer orden en la digestión, pues gracias a su actividad se degrada la membrana de la célula vegetal y su contenido puede ser asimilado.
Este proceso digestivo no es exclusivo de los lagomorfos, pues en las bacterias que realizan estas funciones se encuentran en animales que pertenecen a grupos tan dispares como insectos y mamíferos. Constituye, pues, un claro ejemplo de convergencia adaptativa a nivel funcional, es decir, grupos diferentes de animales han adoptado la misma solución para resolver un problema común a todos ellos.
Durante sus horas de actividad nocturna, la liebre no sólo se alimenta, sino que también gusta de correr por caminos y carreteras. Estas alocadas carreras, que pueden considerarse como un modo de dar rienda suelta a las energías contenidas en su cuerpo, o bien, más poéticamente, como forma de expresión de su alegría de vivir, les causan muchas veces la muerte al ser atropelladas por automóviles.

Estrategia defensiva.

Cuando la pálida luz del alba disipa las últimas brumas del horizonte termina el período de actividad de las liebres. Entonces, las que habían abandonado el bosque se apresuran a volver a sus espesuras, mientras las que habitan en espacios abiertos se encaminan a sus yacijas, sacudiendo el rocío de sus largas patas.
Durante el día la liebre se levanta con frecuencia sobre sus patas traseras y mantiene el cuerpo erguido, conformando una estampa clásica. Evidentemente adopta esta posición para escudriñar y vigilar mejor sus alrededores.
Las liebres nunca se aproximan a su encame en línea recta, sino que dan grandes rodeos, cambian bruscamente de dirección y vuelven sobre sus pasos hasta que, por fin, alcanzan, mediante un gran salto, su refugio. Este comportamiento tiene como objeto despistar y hacer perder el rastro a los posibles perseguidores.
En la cama se sitúa la liebre mirando siempre en la misma dirección en que ha venido, pues es por ahí por donde más fácilmente podría acecharla un peligro.
Parece ser que existen diferencias entre los machos y las hembras con respecto a cómo se colocan en su yacija. Los machos permanecen contraídos, con las orejas levantadas, mientras que las hembras se quedan más erguidas, con las orejas caídas sobre los hombros.

La primera reacción de una liebre al enfrentarse con una situación que le pudiera resultar comprometida es el más completo y absoluto inmovilismo. Esta conducta, que se ve enormemente favorecida por el colorido críptico de su pelaje, le permite pasar inadvertida a los ojos de sus enemigos. Cuando este comportamiento no es suficiente para salvaguardar su integridad, la liebre utiliza el recurso extremo de la huida.
Sería muy interesante conocer los mecanismos que desencadenan esta huida, pues unas veces escapa cuando el intruso sobrepasa la distancia mínima de seguridad y otras salta cuando el peligro ha pasado, después de casi haber rozado su encame.
Lógicamente, una liebre que no se encuentre a gusto en el lugar donde está encamada saltará con mucha mayor facilidad que la que está en su ambiente preferido. También parece que existen diferencias entre ambos sexos. Según esto, los machos, más desconfiados que las hembras, huyen ante peligros más alejados.
Un factor que influye en mucho menor grado de lo que se supone es el tiempo meteorológico. Se ha comprobado que el único carácter importante es la temperatura del aire, de forma que cuanto más frío esté el ambiente, más tímida se muestra la liebre y huye antes. De todas formas es un factor de escasa importancia, mientras que otros factores meteorológicos como pueden ser la humedad, el viento, la lluvia o la nieve, ejercen una influencia mínima.


La huida de la liebre no es una desesperada carrera en la que trate simplemente de poner la mayor distancia entre ella y sus perseguidores, tal y como hacen ciertos animales, sino que viéndola correr, con sus orejas rectas, su comportamiento nos induce a pensar que tiene conciencia del peligro que para ella representan sus huellas. En efecto, en la ruda huida de la liebre menudean las detenciones, los cambios bruscos de dirección y toda clase de artimañas tendentes a hacer perder el rastro a sus perseguidores.
Evidentemente, la liebre precisa tener conocimiento perfecto de la comarca donde vive. Para huir con éxito debe estar familiarizada con las sendas, los caminos, los estrechos pasillos entre las zarzas, los matorrales y los arroyos. El perfecto dominio de su territorio le permitirá seguir, en su huida, un itinerario que le permita salir airosa del trance. Se comprende, pues, que la liebre sea un animal muy curioso que realiza grandes correrías por su región y que se dedica a observar atentamente todos los cambios que puedan producirse en la comarca, tales como la instalación de cercados, tendidos eléctricos o vallas, ya que un obstáculo desconocido puede modificar su estrategia de huida.

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