lunes, 14 de abril de 2014

La Liebre por Felix Rodriguez De La Fuente 6ª y última Parte.

El ciclo reproductor 2ª Parte.

En las poblaciones de liebres la proporción de sexos, aunque bastante equilibrada, se inclina ligeramente hacia una mayor abundancia de machos que de hembras, por lo que es frecuente que se produzcan enfrentamientos entre varios galanes por la posesión de una compañera. Durante estas peleas, los batalladores machos se persiguen y luchan, se incorporan sobre las patas posteriores y atacan a su competidor con fuertes manotazos e incluso mordiscos. Tras estas pugnas, es fácil encontrar mechones de pelo ensangrentados, lo cual da idea de la violencia con que se desarrollan. Se han encontrado machos castrados como consecuencia de las peleas nupciales. Ordinariamente estos duelos no suelen tener consecuencias graves para los contendientes, debido a que el macho más débil se retira cuando ve sus posibilidades de éxito gravemente comprometidas por la fortaleza de su adversario. La hembra suele asistir con total indiferencia a la batalla, pues no siente preferencia por ninguno de los combatientes hasta el punto de que en ocasiones se marcha con otro macho que ha aprovechado la pelea de sus rivales para cortejar a la hembra.


Tras una corta y discreta parada nupcial, durante la cual se suceden una serie de persecuciones, carreras alrededor de la hembra y olisqueos, se llega al apareamiento.
La gestación dura entre 42 y 44 días. Durante este período pueden darse una serie de sorprendentes adaptaciones, como la reabsorción y la superfetación. La reabsorción consiste en la desaparición física de los embriones implantados en el útero y que por alguna razón han muerto. Puede afectar desde uno a todos ellos. Es decir, el aborto no se da entre lepóridos. Este fenómeno, que en otros mamíferos sólo se presenta con carácter excepcional, tiene efecto en la composición de las camadas de la liebre.
En cuanto a su desarrollo en función del período reproductor, se observa que hay un máximo de reabsorciones a principio del período y otro máximo en mayo-junio, decreciendo su importancia a medida que nos acercamos al final de la época de reproducción.
La hembra que ha sufrido la reabsorción de todos sus fetos se comporta como si no hubiera ocurrido nada, como si la gestación siguiese su curso con entera normalidad. En este período, denominado de pseudo gestación, se produce la bajada de la leche y el ciclo estral se desarrolla como si la hembra hubiera parido. Según los científicos que han analizado este fenómeno, deben descartarse las infecciones como causas desencadenantes de la muerte de embriones. La teoría más aceptable achaca ésta a desequilibrios hormonales y factores letales endógenos. De todos modos, es sorprendente que la selección natural no haya eliminado de la dotación genética de la liebre estos factores que tanta importancia tienen en la composición de la camada.

La superfetación consiste en que una hembra grávida puede ser fecundada nuevamente, desarrollando entonces dos embarazos diferentes y superpuestos. La duración de los embarazos se altera entonces aparentemente, pues entre los dos partos consecutivos no se cumple la separación mínima de 42 días, que es el período de gestación normal. Aunque este fenómeno se conoce desde muy antiguo-ya Aristóteles lo mencionaba-, no se sabe con certeza cómo se desarrolla. De todos modos, en circunstancias normales esta superposición no se realiza porque el nuevo embarazo no se pone en marcha hasta que no a llegado a su término el anterior. A tan sorprendentes adaptaciones como la reabsorción y la superfetación hay que añadir una tercera, que podríamos denominar partenogénesis aparente.
La partenogénesis, fenómeno que se produce frecuentemente en ciertos grupos de animales inferiores, consiste en que la hembra puede parir sin ser fecundada por un macho. Sabido es que sólo una pequeñisima parte de los espermatozoides se conservan durante el tiempo necesario para que se efectúe una nueva ovulación, la cual no tiene lugar hasta que no finalice la gestación en curso. Por tanto, tras la ovulación sobreviene la fecundación sin que haya mediado ningún acoplamiento entre el macho y la hembra. Por otra parte, las liebres adultas tienen a lo largo del año tres o cuatro gestaciones, en ocasiones cinco. En las hembras jóvenes, durante su segundo año de vida sólo se producen dos gestaciones, raramente tres.
El más alto porcentaje de hembras preñadas se da durante los períodos de febrero-abril y junio-julio.

Cuando la hembra considera que ha llegado el momento del alumbramiento, excava una cama similiar a la que utiliza para descansar durante el día. Esta cama suele estar un poco más escondida y en ocasiones reforzada con su propio pelo. En ella pare generalmente 3 o 4 lebratos, aunque se han observado partos de 7 y 8 lebratos. El doctor Simonin,al efectuar la autopsia de una hembra, encontró diez fetos.
El primer parto del año, de uno a dos lebratos, es el menos numeroso. Los siguientes son de 3 o 4 crías, conservándose esta tasa hasta el último parto. El segundo alumbramiento, que suele efectuarse en abril-mayo, es de fundamental importancia para el crecimiento de la población. Se calcula un incremento anual de 7 a 8 lebratos por hembra. Esta alta tasa de nacimientos viene determinada por la elevada mortalidad que sufren sus poblaciones, debido a una intensa presión predadora y al gran número de enfermedades que padecen. Los lebratos nacen cubiertos de pelo y con los ojos abiertos. Se incluyen por tanto en la categoría de crías que por su avanzado estado de desarrollo en el momento del nacimiento pueden alimentarse desde muy temprano por sí mismos. Hay una segunda categoría donde se incluyen los jóvenes que dependen enteramente de su madre durante un periodo más o menos largo, pues nacen desnudos y ciegos. En esta segunda categoría se encuadra un animal tan próximo a la liebre como el conejo.
Estas diferencias son adaptaciones a los distintos estilos de vida de ambas especies. La liebre, animal nómada, si bien no realiza grandes desplazamientos, pues tiene una gran querencia al lugar donde ha nacido, no utiliza sin embargo un punto fijo de reposo que a la vez le sirva de guarida donde protegerse de sus enemigos, o para alumbrar sus pequeños. Por ello los lebratos nacen muy desarrollados, lo cual les permite hacer frente con más posibilidades de éxito a cualquier adversidad. Por el contrario, los conejos nacen mucho más desvalidos porque la guarida donde vinieron al mundo los protege.

Estas dos categorías son claramente homologables y tienen, la misma razón de ser que las que establecen los ornitólogos con las aves, es decir, aves nidífugas, que son las que abandonan el nido al poco de nacer, y aves nidícolas, que permanecen en él un tiempo más o menos largo.
La madre permanece aproximadamente durante una semana en compañía de los lebratos. A partir de ese momento comienza a ausentarse del encame. Cuando los jóvenes tienen tres días de edad, se separan o son separados por la madre, con el objeto de reducir sus riesgos. Luego acude periódicamente a amamantarlos, hasta que al final de la lactancia los abandona. Se acusa a la liebre de no ser buena madre, pues cuando se siente perseguida no duda en dejar solos a sus hijos. Sin embargo, hay quien asegura que hace frente a las aves de presa para defender a sus lebratos. De todas formas, no podemos acusar a un animal de ser una "mala madre", pues sería hacer una cuestión sentimental de sus costumbres, juzgadas además con los mismos criterios morales que rigen nuestra sociedad.
Los jóvenes lebratos adoptan ante cualquier peligro una conducta que es común a todos los jóvenes herbívoros que se crían al aire libre: su pelaje, altamente críptico, unido a la más absoluta inmovilidad, dificulta su localización. Tampoco resulta fácil para los predadores descubrir el encame de un lebrato sirviéndose del olfato, pues exhalan muy poco olor. Pero cuando el lebrato es sorprendido, adopta hacia el intruso un comportamiento intimidativo que consiste en saltar hacia él gruñendo e intentando morderle. Esta curiosa reacción sirve para que los posibles enemigos del pequeño que se hallen un tanto indecisos ante su presencia den media vuelta y huyan. Las jóvenes liebres alcanzan su total desarrollo a los quince meses. A partir de entonces se les puede considerar individuos adultos, si bien es posible que adquieran la madurez sexual y se reproduzcan durante su primer año. La duración media de la vida de una liebre es de siete a nueve años, aunque pueden llegar a vivir hasta doce.

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