miércoles, 9 de abril de 2014

La Liebre por Felix Rodriguez De La Fuente 4ª Parte

Mecánica y fisiología de la velocidad.

Basta una mirada superficial sobre una liebre para que nos demos cuenta inmediatamente de su modo de locomoción. En efecto, esas extremidades posteriores, tan enormemente desarrolladas y poderosas, que tanto contrastan con los miembros anteriores, muestran claramente que nos encontramos ante un animal particularmente adaptado a la carrera. Las extremidades posteriores proporcionan una gran fuerza de empuje, mientras que la misión de las anteriores es amortiguar el impacto con el suelo y guardar el equilibrio hasta que las posteriores se preparan para catapultar de nuevo todo el cuerpo hacia adelante.
Cuando el animal anda tranquilamente sus saltos son muy lentos, como descompuestos, estirándose y acercando sus extremidades superiores con una sacudida elástica. Sin embargo, toda esa torpeza desaparece a la hora de correr. Entonces los saltos se encadenan con gran rapidez mediante una coordinación perfecta. En este momento sólo las puntas de los pies tocan el suelo y sus huellas puede observarse que la liebre apoya las extremidades posteriores por delante de las anteriores.

Mediante este perfeccionado sistema de locomoción puede desarrollar velocidades de hasta 70 km por hora, lo cuál, teniendo en cuenta el tamaño del animal, resulta una velocidad realmente notable. Para lograr esta aceleración, la liebre une a la longitud de sus extremidades una adaptación fisiológica, consistente en que las fibras de los músculos voluntarios contienen gran cantidad de hemoglobina. Esta circunstancia permite a los tejidos musculares realizar grandes esfuerzos y, lo que es más importante, de una manera continuada. En el conejo, próximo pariente de la liebre, las fibras musculares no poseen hemoglobina, por lo que se agota rápidamente al realizar un esfuerzo prolongado.

Esta diferencia en dos animales muy similares morfológicamente, se explica por sus distintos regímenes de vida. En efecto, el conejo es un animal que vive en grupos coloniales, tiene mecanismos para comunicar una alarma y cuenta con refugios subterráneos siempre cercanos. Por ello no precisa de músculos capaces de un esfuerzo grande y continuado, pues el trabajo que realiza es sólo durante un corto trayecto.
La liebre, que no cuenta con ninguna hura donde refugiarse y que además vive siempre en medios abiertos, necesita músculos que le permitan desarrollar una alta velocidad y, sobre todo, que esta velocidad pueda ser conservada durante el mayor tiempo posible, pues fía su solución a esta circunstancia, es decir, a la ligereza de sus piernas.


La presencia o ausencia de hemoglobina en las fibras musculares justifica la diferencia entre la carne del conejo y la de la liebre. La primera de ellas se considera carne blanca, perteneciendo la segunda a la categoría de las carnes rojas u oscuras. Cuando un paseante levanta a una liebre de su encame sin que medien ladridos de perros, disparos o cualquier otra circunstancia violenta, es muy probable que vuelva a su yacija tras dar un enorme rodeo. Pero cuando ha sentido amenazada su seguridad en la cama, lo más seguro es que no regrese a ella. Cuando un encame responde a ciertas condiciones de seguridad es frecuente que sea ocupado posteriormente por otra liebre. Esta circunstancia es aprovechada por los cazadores, pues saben que en la cama en la cual han matado a una liebre hay posibilidad de que más tarde se encuentre otra pieza.
La liebre es buena trepadora y no es raro sorprenderla comiendo encaramada en las ramas bajas de un árbol o en los alto de un muro. Otras veces sube a los árboles para huir de sus perseguidores o incluso se introduce en el interior de un rebaño de ovejas para librarse del acoso de los perros.

Las liebres que viven en zonas habitadas por el hombre suelen acercarse durante el invierno a las afueras de los pueblos y encaman contra la pared de un establo o de una casa abandonada. A veces llegan a penetrar en las huertas para alimentarse, haciendo gala de un descaro que está en evidente contradicción con su tímida naturaleza. Este comportamiento parece motivado por una enorme confianza en sus posibilidades, pues las liebres sólo actúan así cuando conocen a la perfección los lugares por los que pueden escapar o donde agazaparse sin peligro. Llegan incluso a pasar cerca de los perros o junto a casas habitadas. Los viejos machos suelen ser los más osados. Normalmente silenciosa, la liebre sólo emite sonidos cuando se encuentra amenazada por un gran peligro o cuando está herida. Estos gritos, siempre débiles, recuerdan a los lloros de un niño pequeño. En cautividad se alimentan fácilmente con los mismos productos que se suministra al conejo. Aceptan mejor la cautividad si son jóvenes. Los adultos resultan huraños y recelosos.


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