lunes, 3 de agosto de 2015

Un collar de perlas. Historial real por J.A.L

Esta anécdota cumple el cometido de rememorar a ese gran galguero que fue Antonio Blasco Oller. Muerto desgraciadamente en el año 1978. Antonio no fue un aficionado precoz, pues vino tardío al mundo del galgo, pero su paso por el mismo lo consideramos altamente positivo para este deporte.

Aficionado total, ya que simultaneó las dos variantes: el campo y la pista. Fundador en esta última de varios canódromos, tanto en España como en el extranjero dando a conocer este deporte en un lugar tan extraño e insólito por su desconocimiento del galgo como Venezuela. En el campo mantuvo numerosos cotos en distintas provincias poniéndolos gratuitamente al servicio de sus amigos y de las federaciones provinciales y nacionales.

Criador infatigable y perfecto en las dependencias de su finca "la venta la rubia". Había un lugar intocable para sus galgos, crías y sementales. La lista de campeones y sub-campeones en su larga y meritoria carrera deportiva no puede ser igualada por ningún otro aficionado.
Aunque tenía como hemos dicho cuadra y raza propia, cuando comenzaba la temporada de caza compraba galgas que apuntaban buenas cualidades probándolas antes y si esta prueba era satisfactoria efectuaba la compra, para facilitar esa labor tenía varias personas que escuchaban los comentarios de carreras y veían correr a las distintas galgas por los pueblos efectuando la labor de ojeadores, eran estos amigos suyos tales como los hermanos Del Río, de Torrijo y Joaquín Barral de Vicalvaro (Madrid) entre otros. Este último le comunica que le han hablado de una perra de un pastor que dicen que es un fenómeno y que la va a llevar a la venta "la rubia". Concierta el día y el pastor acude con su galga al cazadero escuálida y correosa. Como todos los galgos de pastor despertaba la duda entre los asistentes a la prueba siendo lo que más llamaba la atención la cuerda con la que iba amarrada, sin collar era esta cuerda un atillo de los que se empleaban en aquella época para atar los haces o gavilla de los segadores que efectuaban la siega a mano y que era de un material espato, áspero, duro y barato.

Los comentarios entre bromas y chanzas de los presentes hacia tal collar eran continuos y directos. Mientras se esperaba para engancharla en el liz, Joaquín se dirige al pastor y le dice en un corro donde estaban todos conteniéndose la risa: "¡bonito collar!, si la vendes entrará en el trato con la perra, pues me gusta mucho" explotando los demás en sonoras carcajadas y alejándose el pastor a su vez, del corro cabizbajo; y llega el momento de la prueba y la engancha con otra galga vieja que aún estando sucia dejaba en ridículo a todas la que se le pusiese a su lado. Salta una liebre fuerte y en la primera parte de la carrera la perra del pastor ni siquiera entra pero en un distanciamiento de la liebre pasa por derecho a su contraria, pega dos veces y mata espectacularmente dejando atónitos a los que presenciaban este hecho tan especial. Joaquín se va hacia el pastor y le pregunta : bueno, dime ¿cuanto vale la perra?, doce mil pesetas le contesta lacónicamente. La cantidad pedida era astronómica para aquel tiempo ya que en esa época no se vendían los galgos como ocurre actualmente y le contesta : "eso es una barbaridad, doce mil pesetas no vale ninguna perra" y le contesta el pastor "no, si la galga no vale ese dinero, solo pido por ella tres mil pesetas" y le dice Joaquín "entonces aclarate más porque no entiendo nada".

El diálogo era rápido y el pastor continuaba hablando tímido pero crecido por la prueba y le dice el pastor : "como a usted le ha gustado tanto el collar y me ha dicho que entraba en la venta le cuesta si quieres tres mil pesetas la galga y nueve mil el collar, total doce mil"

Joaquín que era un hombre de mucho genio se puso lívido ante la mordacidad del pastor, pero no tuvo más remedio que echarse mano a la cartera y pagar tal cantidad yéndose el pastor con el dinero en el bolsillo entre el silencio de los presentes que ya no se reían.